La poesía de Carmen Berenguer es una práctica de intensidades. Ocurre dentro del mismo lenguaje, al que sustrae estas palabras, esta poesía recóndita, arrebatada y fresca, cuya verdad inmediata se nos impone como un acertijo resuelto. Su obra es el recomienzo brioso y fecundo de una reiterada apuesta por el poder mayor de las palabras: el rehacer siempre los contratos de la comunicación.