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Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa

 

Pistolas, Romina

 

Mi primer día de stripper no fue muy diferente al primero de escuela. En ambas ocasiones pretendí ser más valiente de lo que en realidad era». Es la apuesta existencial de Romina, la protagonista de esta historia: actuar el valor que no se tiene hasta que se obtiene. Esta es una novela sobre atreverse, pese al miedo. El miedo a alejarse de casa, de lo familiar, de lo seguro, de la tierra firme. Y, sin embargo, tener el valor de cruzar la puerta hacia lo desconocido; viajar hasta el otro lado del mundo para empezar de cero, descubrir amigas donde no se las esperaba. El valor de lanzarse al agua, con ropa y todo, para alcanzar la otra orilla, para llegar, como sea, al otro lado. Con una voz muy fresca, una prosa ágil y mucho sentido del humor, Romina Pistolas nos cuenta en primera persona una experiencia pocas veces vista en la literatura.

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El diamante de la inquietud

 

Amado Nervo

 

“He sufrido, claro; pero sin los dolores, ¿valdría la pena vivir?”

En esta obra, pequeña pero contundente, la promesa de fidelidad a un muerto se convierte en inquietud constante para el vivo. El enamoramiento es total y el protagonista da un salto al vacío. Mientras la locura amorosa teje las decisiones, la intranquilidad está latente porque esa promesa imposibilita los afectos. El miedo a la ausencia del amado genera intranquilidad, claroscuro de la dicha; es, en sí misma, un diamante, porque estar enamorado es navegar en los mares de la inquietud.

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La vida secreta de las plantas

 

Lee, Seung-U

 

¿Todos los árboles son la encarnación de amores frustrados?, piensa Uhyon, fotógrafo que renuncia a todo y aspira a convertirse en árbol luego de sufrir un fatal accidente. El relato es un juego de espejos en el que atestiguamos el proceso de maduración de Khyon, su impulsivo hermano, que al disputarle la novia comete actos indignos. El padre, infeliz en apariencia, se refugia en el cuidado del jardín y en el juego de go. Finalmente, la familia se reencuentra al conocerse la historia de la enigmática madre.

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Tan Fácil como contar hasta diez

 

Alisma de León de León 

Todos, seamos nobles o no, tenemos nuestras genealogías.

Las genealogías, Margo Glantz

En el poema “Entrevista de prensa”, un periodista (imaginario recordado o profetizado) le pregunta a Rosario Castellanos por qué escribe. La respuesta —amarga y certera— comienza: “Pero, señor, es obvio. Porque alguien /(cuando yo era pequeña) /dijo que la gente como yo, no existe”.

Quien conozca las obsesiones de la escritora, podrá suponer que esa “gente” postergada o ignorada es algún grupo vulnerable. Muy probablemente las mujeres: quizá seamos la mitad de la población mundial, o un poco más, pero eso no quita que, en los tiempos de Castellanos, la voz de las mujeres fuera, en el mejor de los casos, escuchada con condescendencia; en el peor, ahogada y silenciada.

Y tenemos prueba de que eso sigue sucediendo. Grandes escritoras contemporáneas de doña Rosario son mencionadas solo cuando se habla de mujeres-que-escriben, ausentes de las listas de literatura-en-general: lo mismo Elena Garro (hace muy poco reducida a “pareja de Octavio Paz” en el cintillo de una reunión de su obra completa) que Pita Amor (durante mucho tiempo recordada más por sus desplantes melodramáticos que por la calidad incuestionable de su poesía); y parecería que el nuevo reconocimiento a la cuentista Amparo Dávila o a la poeta Dolores Castro se debe más a la perseverancia y longevidad de ambas que al talento o al oficio literario. Y es que muchos críticos no saben qué hacer con esa literatura que, torpemente, engloban como “literatura femenina” a pesar de que se trata de géneros, estilos e inquietudes tan distintos, cuyo único punto de encuentro es, quizá, ese interés en retratar a quienes, en palabras de Rosario Castellanos, no existen, “porque su cuerpo no proyecta sombra, /porque no arroja peso en la balanza, /porque su nombre es de los que se olvidan”. No saben qué decir de obras sobre lo íntimo, acerca de conflictos que son pequeños para el devenir de una nación, pero profundos para sus protagonistas, a menudo mujeres.

Precisamente eso ocurre en Tan fácil como contar hasta diez, primera novela de la escritora tamaulipeca Alisma de León. En ella vemos el mundo desde los ojos de Regina, una joven que apenas está dejando atrás la adolescencia y que reconstruye en su memoria la vida que le ha tocado vivir, no solo desde su infancia, sino desde la difícil relación entre su madre, Aurora (que a ratos asume su papel de adulta protectora, pero en ocasiones es una niña asustada a quien Regina tiene que cuidar) y su abuela, Eloísa (una anciana que, a fuerza de resistir los embates de la vida, ya no sabe distinguir entre entereza y amargura). Saltando hacia delante y hacia atrás en el tiempo, la novela nos muestra varias etapas de la vida de Regina y nos vuelve partícipes de los descubrimientos que hace sobre Aurora y sobre Eloísa. Todo esto es muy despacioso, muy sutil: ni siquiera nos damos cuenta de que hay misterios en esa vida familiar hasta que la novela nos va revelando que lo que ya sabíamos ocultaba secretos. Y en ese proceso, las tres generaciones de mujeres —no sólo la protagonista— se vuelven entrañables, de carne y hueso.

Vean (o lean) a continuación cómo sucede este proce-so de desvelamiento, y recuerden la frase de Margo Glantz con la que comienza este prólogo: todos, y todas, tenemos derecho a que nuestra historia se cuente con la fuerza y la sutileza de una novela como esta.

Raquel Castro

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