Es una pasada de cuentas con dolor, necesaria como la muerte misma de Fausto. Hay que enterrarlo para seguir viviendo. «Te huelo en las flores, en el humo de la leña y en mi nueva sangre. ¡Ahora, no me vas a matar!» Sin embargo, la muerte se desvanece para dar lugar a la incertidumbre de no saber si Fausto volverá a dañarla. «¡No quiero que mueras!» dice en el último verso y nos deja con una sensación extraña en el paladar.