Desde el momento en que nos involucramos, aunque sea mínimamente, con las bellas artes, las palabras nos han hablado, nos han mostrado, hemos recibido una invitación, hemos visto los afiches, hojeado y a veces leído un catálogo, hemos ido a ver algo que ya tenía en nuestro espíritu una fuerte determinación, más fuerte aun si acudimos a un museo. ¡Cuántas palabras, en efecto, conducen o perturban nuestra visita!