La muerte —más aun, el suicidio— también se ha vuelto una burocracia de tenderos. Ni siquiera se trata de mercaderes de la muerte. El siglo xx ha comenzado y las pompas del xix van cediendo, hay que abaratar los costos. Hay menos duelos, hay menos honor, hay vergüenza de cualquier ambición que no sea material, hay más pobreza. El mundo ha cambiado tanto después de la Gran Guerra. Pero acaso contra esa tendencia general, los dadaístas y surrealistas —algunos los mezclan, otros no— parecen querer ir de veras hasta el fondo, hasta la raíz o el hueso y más allá —o más acá, según se mire— del superhombre nietzscheano.