Homosexuales, migrantes, víctimas de la represión, mujeres, todos tuvimos que aplazar el cobro de lo que se nos adeudaba para no opacar el recién adquirido galardón de país democrático. Hasta el día de hoy la deuda sigue impaga y nuestro destino como integrantes de esta sociedad permanece pendiente. Como objetos móviles, los cuentos de Ángeles negros reiteran el gesto urgente que los vio emerger a la luz pública: la necesidad de otorgar un lugar a sujetos marginados y en contradicción frente a la conformidad de la sociedad chilena postdictatorial. Sus personajes siguen teniendo historia que contar, aún deambulan por los paisajes nocturnos de Santiago, buscando renovadas formas de expresión para sus deseos, sus luchas y sus identidades. El descontento vital de estos personajes en los años noventa permanece intacto a veinte años de su aparición, como si nada hubiera cambiado desde entonces. –José Salomón G., Crítico literario y académico.